Hoy es el día del traductor. Yo soy traductora, y les cuento porque me gusta tanto esta profesión.
Siempre me maravilló el arte del lenguaje, ese sistema de codificación y decodificación que nos permite entendernos y expresarnos. Está claro que no siempre se entiende ese sistema tan simplemente, y tenemos que desdoblar nuestras palabras y rearmarlas, para que nuestro interlocutor entienda precisamente eso, justamente lo que ostros queríamos transmitirle.
Ahora, bien, ¿Qué sucede cuando los códigos entre dos personas que quieren comunicarse son diferentes? ¿Cuándo los símbolos de codificación no son los mismos?
Ahora, bien, ¿Qué sucede cuando los códigos entre dos personas que quieren comunicarse son diferentes? ¿Cuándo los símbolos de codificación no son los mismos?
Ahí, hay un problema. Y no es un problema menor, es un problema significativo. Porque… ¿cómo sabe ese intermediario lo que nosotros queremos exactamente decir? O también visto desde otro ángulo ¿cómo sabe ese intermediario que nosotros entendemos exactamente lo que la otra persona quiere transmitir?
Y es ahí cuando entra el arte del traductor, no sólo leer las palabras, sino la intención y la finalidad utilizando los gestos, la entonación, las pausas, las prisas, las comas, los punto y coma, cada escondite de la lengua.
Y es ahí cuando entra el arte del traductor, no sólo leer las palabras, sino la intención y la finalidad utilizando los gestos, la entonación, las pausas, las prisas, las comas, los punto y coma, cada escondite de la lengua.
Resumiendo, un sin fin de pautas nos guían por el buen camino. Y si así no fuera, y el traductor no cumpliera su rol y no transmitiera precisamente lo que se quería decir, entonces mejor sería no haber dicho nada.