jueves, 17 de septiembre de 2009

PERFIL

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Pensar. . .hablar
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PREFERENCIAS:
Lo mismo,
pero con vos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La noche de los lápices

NO OLVIDEMOS NI UN SEGUNDO AQUEL DIA Y AQUELLA NOCHE,
POR ELLOS, POR NOSOTROS Y POR LOS QUE VENDRAN....
NO OLVIDEMOS...

viernes, 11 de septiembre de 2009

Miguel Bru


Miguel Bru
Ser, estar
09-09-2009 / Tenía 23 años, una banda de música y un grupo de amigos. Estudiaba periodismo y creía en la posibilidad de un mundo, un país, una ciudad y, en fin, una sociedad más justa. Vivía por eso, peleaba por eso. Fue detenido el 17 de agosto de 1993. Como si la dictadura alargara su brazo asesino, fue torturado, muerto y desaparecido. Pero su lucha sigue.

Miguel Bru El 17 de agosto de 1993, marca un antes y un después en la historia del gatillo fácil en la Argentina. Desaparece Miguel Bru, que tenía 23 años y estudiaba periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. Desde ese trágico día, sus familiares y amigos se preguntan "¿Dónde está Miguel?", un interrogante que pronto se convirtió en la consigna desde la cual convocaban y encaraban la lucha. Con ella pintaron banderas y titularon volantes y comunicados de prensa que entregaron en lugares públicos, en las plazas, en las facultades y en los barrios.

AQUEL JOVEN INQUIETO DE LOS ‘90. Flaco, metro setenta, Miguel Bru tenía 23 años cuando desapareció. Era el mayor de cinco hermanos. Estudiaba periodismo. Era hincha de Boca. Tocaba la guitarra. Le encantaban los perros. Cantaba en Chempes 69, una banda de rock.
Los familiares, amigos y compañeros de facultad de Miguel Bru, lo recuerdan como una persona muy buena, generosa, que tenía un gran afecto por los animales; un tipo muy dulce y cariñoso que no soportaba los atropellos, hijo y hermano muy afectuoso, que amaba la libertad por sobre todas las cosas.
Su amigo Cristian Alarcón, quien con su investigación periodística en el diario Página 12 fue uno de los impulsores para que se supiera la verdad, escribió: "Miguel era parte de una gran banda que sabía pasarla bien. Aunque golpeada, solía caminar en zigzag en grandes patios llenos de rock cuando éramos universitarios y estudiábamos periodismo en lo que llamábamos la Escuelita. Solíamos escaparnos irresponsablemente de las clases aburridas para seguir el ritmo de la ciudad donde en esa época los pibes no querían dormirse y todo devenía en festejo, ruidos de baterías punkies, cierta nube de precoz desesperanza mezclada con la candidez y la virginidad más desenfadada que haya conocido".
La Facultad de Periodismo tenía entonces una característica muy peculiar: era una de las que más actividad y conciencia política tenían sus alumnos. Sabían de los resabios de la dictadura militar que mantenía en sus prácticas la policía, plagada de hechos corruptos y violentos. Eran comunes, por esos tiempos, las detenciones de jóvenes por averiguación de antecedentes. Jóvenes que eran sometidos a provocaciones, malos tratos o torturas, u otros tipos de desbordes que llegaron, incluso, hasta el asesinato. Eran conocidos entonces los casos de Maximiliano Albanesse, asesinado por policías en la puerta de un boliche bailable; el caso de Andrés Núñez, un albañil asesinado por policías en la Brigada de Investigaciones de La Plata; el caso de Walter Bulacio, asesinado por policías en un recital de rock, y el caso Guardatti, también asesinado y desaparecido por la policía. Estos ya habían llenado varias páginas de la prensa y también generado varias marchas.

LA DESAPARICIÓN. Miguel Bru vivía en una casa tomada, con varios integrantes de la banda de música que formaba y allí ensayaban y hacían reuniones. Esa misma casa había sido allanada dos veces de manera ilegal. Dos intromisiones muy violentas y a punta de pistola, realizadas por personal de la Comisaría 9º de La Plata, con la excusa de que los vecinos habían denunciado, la primera vez -aunque nunca se supo quién fue el denunciante-, ruidos molestos, y la segunda aduciendo un supuesto robo a un quiosco que nunca existió. La policía nunca reconoció estos hechos. En el allanamiento rompieron varios instrumentos y se llevaron a algunos detenidos, sin encontrar rastro alguno de los supuestos objetos o dinero robado. Bru, creyendo que se protegía, luego de consultarlo con su madre, denunció al personal policial.
Esto, sin duda, agravó las cosas: empezó a ser víctima de un hostigamiento constante, lo amenazaban diciendo que si no retiraba la denuncia lo matarían, lo insultaban lo perseguían a paso de hombre con sus autos, incluso en presencia de su novia y de sus amigos. Un día fue a cuidar la casa de unos amigos que vivían en el campo, a 50 kilómetros de la ciudad de La Plata y, desde entonces, nunca más se volvió a verlo. Sí aparecieron su ropa y su bicicleta, ubicadas prolijamente a la orilla del Río de la Plata, cerca de donde se encontraba la casa que Miguel cuidaba.
La policía no quería tomar la denuncia por su desaparición en ninguna de las comisarías por donde peregrinó su madre y tampoco quería buscarlo. Entonces, comenzó lo que primero fueron sospechas y luego certezas: Miguel era otra víctima más del atroz accionar del personal policial.

LA LUCHA. La policía no había tenido en cuenta que Miguel era un estudiante universitario y que sus compañeros y amigos, encabezados por su madre, empezarían a movilizarse y, también, a crear desde la universidad pública una verdadera ingeniería en los medios de comunicación. A través de ellos el hecho tomó rápidamente relevancia pública y miles de personas marcharon por las calles. Desde la facultad se empezó a elaborar un sinnúmero de documentos políticos y periodísticos directos y punzantes, que mezclaban la fuerza, la ternura y el dolor sincero de una madre con la formación y la juventud de estudiantes universitarios de periodismo. Y para preservar su identidad y darse cohesión como entidad, firmaban con el nombre de Comisión de Familiares, Amigos y Compañeros de Miguel.
Por su parte, los policías tenían a su favor un hecho clave: la complicidad judicial. El juez de la causa, Amílcar Vara, se negaba misteriosamente a vincular la desaparición de Miguel con la actividad del personal policial. Y, públicamente, aseguraba: "Mantengo la íntima convicción de que Miguel está vivo". En sus oficinas, varias personas escucharon frases tales como "mirá lo que parece en esta foto. Seguro que era homosexual y drogadicto", e incluso llegó a decirle a Rosa Bru, sin fundamento alguno, "sospecho que se ha ido con alguna chica a Brasil".
Además, el juez Vara no volcaba en los expedientes las declaraciones que vinculaban a los policías con el hecho, mantenía la carátula de la causa como averiguación de paradero y no le permitía a Rosa Bru intervenir en la misma como particular damnificado, alegando que "si no hay cuerpo, no hay delito", un argumento que también utilizaban los responsables de la desaparición de personas durante la última dictadura militar. Sus fundamentos iban cayendo a medida que se aportaban más pruebas que incriminaban a la policía.
Finalmente, los familiares y amigos de Miguel consiguieron que fuera sometido a un jury de enjuiciamiento, para ser destituido al comprobársele irregularidades en 26 causas distintas en las cuales estaba involucrado personal policial.
El caso de Miguel Bru fue víctima, asimismo, de un accionar histórico en los procedimientos de las fuerzas de seguridad argentinas, el denominado "espíritu de cuerpo", que es el encubrimiento y la complicidad de toda la fuerza cuando un miembro de ella comete una irregularidad, sin importar la gravedad de la misma. Pedro Klodzyc, jefe de la policía bonaerense en ese momento -hoy recordado como uno de los máximos impulsores de la llamada "maldita policía"-, dijo en ese momento: "No hay ningún nexo que permita vincular el accionar de personal policial con la desaparición de Bru". Esto, a pesar de las declaraciones de sus familiares y amigos que señalaban que Miguel era permanentemente amenazado por efectivos.
DIARIO DIAGONALES de LA PLATA